Adolescentes y celulares, una dupla interesante.

Es bastante difícil a estas alturas recordar cuándo es que los celulares se hicieron una extensión más de nuestro cuerpo. Pero qué sucede cuando reemplazan al entorno real y dejamos de interactuar con las personas que nos rodean.

Al despertar cada mañana lo primero que hago es preguntarle a mi celular qué temperatura hace, eso predispone con qué actitud caminaré durante todo el día. Entonces me dispongo a ducharme mientras el café se hace, y le pido a mi celular que me avise en cuarenta y cinco minutos. Mientras desayuno me avisa de la reunión que tendré por la tarde, y que tengo que buscar a mis hijos en la escuela.
Son parte de nuestras vidas y el solo hecho de imaginarnos sin ellos nos pondría en una situación tanto incómoda como anticuada.
Sin embargo, al llegar la hora de la cena, en que toda la familia se reúne para comentar el día de cada uno, ante el solo intento de alguno de mis hijos para sacar el celular, los retos son inevitables. Es que ellos tienen menos privilegios que los adultos para disfrutar de la tecnología, o es que no somos capaces de entender que las redes sociales han dado un paso más allá de las buenas costumbres y la sociabilización que ofrecen es un mal necesario para las generaciones más nuevas. Creemos que afectan la convivencia en el interior del seno familiar, pero no hacemos el intento por comprender a nuestros hijos.
Es importante que como padres nos replanteemos el lugar que ocupan las redes sociales en la vida de nuestros hijos, si nos acercamos a ellos tal vez estemos iniciando el camino de la comprensión y el entendimiento. Involucrarnos no significa prohibirles actividades todo el tiempo, sino estar presentes cuando los cambios sucedan. Si lo ponemos en práctica no sólo disfrutaremos las cenas familiares, sino que nos sentiremos más unidos a ellos.
Y no nos olvidemos, después de todo, ¡en nuestra juventud también teníamos la habilidad mental de hacer más de dos cosas a la vez!